VEINTE POEMAS
(La selección procede del volumen Las cosas como fueron. Poesía completa, 1974-2017, Tusquets Editores, Barcelona, 2018, y de La rama verde, Tusquets Editores, Barcelona, 2020)
TARDE DE JUNIO
AHORA, juntos, vivimos la hermosura
de esta tarde de junio,
el fulgor de las horas en que nos entregamos
al conocimiento de la verdad del amor,
a la gran llamarada del encuentro.
Ahora sabemos que toda la alegría
cabe en el mundo breve de esta habitación,
en el espacio ardiente y misterioso
de la cama deshecha.
La luz cansada del atardecer
dibuja sobre el tiempo islas doradas.
En un rincón del cuarto
brilla la enredadera de la música.
Un viento súbito sacude nuestros cuerpos,
y lo olvidamos todo.
Después regresan las miradas lentas,
tanta complicidad, ciertas sonrisas.
Y luego contemplamos en silencio
con qué dulzura va cayendo la noche
sobre la indiferente ciudad que nos rodea.
AVISO DE CAMINANTES
EN la suma de días indistintos
que el vivir nos depara, acaso hay uno
en que el destino, trágico y hermoso,
pasa por nuestro lado y el azar manifiesta
una insólita luz, un desusado
fulgor inconfundible.
Pero no has de dudar. Ten el coraje,
cuando llegue el momento,
de abandonar las cosas con que siempre
te engañó la costumbre, y sube pronto
a ese carro de fuego.
—————————-Poco dura
el milagro.
————–Después, si te negaras
a partir, sólo noche
merecerás. Y nunca, aunque quisieras,
podrás comprar la luz que despreciaste.
LA PLAYA
NADIE podrá quitarme —me digo— la ilusión
de soñar que ha existido esta mañana.
Se ha detenido el tiempo. Oigo tu risa,
tus palabras de niño. Nunca he estado
tan conforme con todo, tan seguro
de mi alegría. Juegas junto al agua, y te ayudo
a recoger chapinas, a levantar castillos
de arena. Vas corriendo de un sitio para otro,
chapoteas, das gritos, te caes, corres de nuevo,
y luego te detienes a mi lado y me abrazas
y yo beso tu pelo, tus ojos, tus mejillas,
tu niñez jubilosa. El mar está
muy azul y muy plácido. A lo lejos,
algunas velas blancas. El sol deja
su oro violento en nuestra piel.
—————————————–Me digo
que es cierto este milagro, que es verdad
el inmóvil fluir de la quieta mañana,
la ilusión de soñar el remanso radiante
en el que acontecemos como seres
dichosos de estar vivos, felices de estar juntos
y de habitar la luz.
————————-Pero escucho, de pronto,
el ruido terrible y oscuro y velocísimo
que hace el tiempo al pasar, y la firmeza
de mi sueño se rompe; se hace añicos
—como un cristal muy frágil— la ilusión
de estar aquí, contigo, junto al agua.
El cielo se oscurece, el mar se agita.
Siento en mi sangre el vértigo espantoso
de la edad: en un instante, transcurren muchos años.
Y te veo crecer, y alejarte. Ya no eres
el niño que jugaba con su padre en la playa.
Eres un hombre ahora, y tú también comprendes
que no existió, ni existe, ni existirá este día,
la venturosa fábula de mis ojos mirándote,
la leyenda imposible de tu infancia.
Estás solo, y me buscas. Pero yo he muerto acaso.
Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada.
LA LUZ NO TE RECUERDA
ENTRA la luz hoy en el cuarto como
entraba la otra tarde. Y no nos ve
aquí juntos de nuevo: no has venido.
Yo puedo recordarte.
Y te recuerdo, a solas, en esta habitación
—llena de nada ahora— que entonces compartimos.
Las palabras que hablamos, la música, tu risa,
y lo que entre nosotros sucedió en esas horas,
siguen viviendo en mí.
Pero la luz no te recuerda, porque
la luz ama el presente. Regresa sin memoria
a la estancia vacía. Y ya no sabe
que se enredó en tu pelo y que brilló en tus ojos,
que, a la vez que mis manos minuciosas, anduvo
despacio por tu cuerpo.
—————————— No, la luz no recuerda
haber estado aquí, contigo, con nosotros.
Llega, alegre y dorada,
al lugar en que ardiera la otra tarde la vida.
Y únicamente encuentra en su silencio
a un hombre recordando, recordándote:
un hombre triste, y derrotado, y solo.
EN MITAD DE LA NOCHE
EN mitad de la noche me desperté. Y había
mucha luz en la casa. Oí, por el pasillo,
ir y venir de pasos apresurados, voces
tristes que lamentaban no sé qué y, a lo lejos,
como un lento murmullo acaso de oraciones
entre llanto y gemidos susurradas. Sin duda
algo extraño ocurría. Asustado, confuso,
llamé con insistencia a mi madre, aunque nadie
acudió de momento. Porfié, y al fin vino
a mi cuarto, afligida, la sirvienta, y después
de acariciarme un poco y abrazarme, la pobre,
me dijo como pudo que mi padre había muerto,
que había muerto hacía un rato, de repente.
———————————————————–Contaba
siete años yo entonces y tenía mi padre
cuando murió la misma edad que tengo ahora.
Casi cuarenta años han pasado y aún
respiro aquella angustia. Mientras mi mano intenta
escribir estos versos voy viviendo de nuevo
los momentos terribles de esa noche remota.
Mi madre está sentada en un sillón, llorando
con total desconsuelo junto al lecho en que yace
el cuerpo de mi padre. Yo me acerco y la beso;
le digo que no llore, que no llore. Su llanto,
en verdad, me conmueve más aún que el cadáver
—tan irreal, tan solo en su quietud— del hombre
que hasta ayer mismo era el centro de esta casa
y jugaba conmigo, con mi hermana y mi hermano.
La muerte transfigura, traza súbitamente
un enigma en su presa, y no reconocía
apenas a mi padre en aquellos despojos
misteriosos, herméticos.
——————————–Entonces no lo supe.
Pero hoy sé que esas horas en que tomé conciencia
del tiempo y de la muerte arrasaron mi infancia:
dejé allí de ser niño.
—————————La casa fue llenándose
poco a poco de gente. Familiares y amigos
daban con su presencia lugar a repetidas
escenas de dolor. La noche no avanzaba.
Parecía que nunca iba a llegar la aurora.
LUZ QUE NUNCA SE EXTINGUE
TE equivocas, sin duda. Alguna vez alcanzan
tus manos el milagro;
en medio de los días que idénticos transcurren
tu indigencia, de pronto, toca un fulgor que vale
más que el oro más puro:
con plenitud respira tu pecho el raro don
de la felicidad. Y bien quisieras
que nunca se apagara la intensidad que vives.
Después, cuando parece que todo se ha cumplido,
te entregas cabizbajo a la añoranza
del breve resplandor maravilloso
que hizo hermosa tu vida y sortilegio el mundo.
Tu error está en creer que la luz se termina.
Al cabo de los años he llegado a saber
que en la naturaleza del milagro
se funden lo fugaz y lo perenne.
Tras su apariencia efímera
el relámpago sigue viviendo en quien lo vio.
Porque su luz transforma y ya no eres
el hombre aquel que fuiste antes de que en tus ojos,
de que en el fondo oscuro de tu ser relumbrara.
No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya.
Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre.
Mira dentro de ti,
con esperanza, sin melancolía.
No conoce la muerte la luz del corazón.
Contigo vivirá mientras tú seas:
no en el recuerdo, sino en tu presente,
en el día continuo del sueño de tu vida.
CANCIÓN DE MARZO
ABRÍ el balcón y vi la maravilla:
estaba ahí la primavera.
¿Cómo pudo ser todo así, tan simple?
Algo raro ocurrió.
El balcón de una casa
cualquiera, en una calle
de una ciudad cualquiera.
Abrí y miré. Eso tan sólo hice.
Y sucedió el prodigio.
Qué cosa tan extraña.
Mi casa era un palacio.
Yo era el rey de la vida.
El balcón daba a marzo,
a un día de jilgueros.
MANZANAS
IBA yo caminando por la calle
un día de este invierno,
y en una frutería cochambrosa y oscura,
sin detenerme, al paso,
vi un cesto de manzanas de arrebolada luz
y encendido perfume (hebras de esa fragancia
me siguieron un poco por la acera).
Estaban allí juntas, apretadas, conformes,
y todas sonreían.
HILO DE ORO
UNE entre sí la luz todas las cosas
con un hilo de oro.
Y a mí mismo me incluye;
me toma alegremente cada día
y me hilvana con ellas.
Lo puede ver cualquiera que se quede
de vez en cuando a solas
y con sosiego mire:
no es el aire, es la luz la que nos suma
a todos con el todo.
El árbol me conoce,
saben de mí la nube y la montaña,
el gorrión, septiembre.
Y yo los reconozco emocionado,
y los dice mi boca.
Formo parte del mundo y estoy vivo.
Soy uno más, por suerte,
en la gran cofradía de la luz.
COMO EL VIENTO EN LA NOCHE
SIENDO tan sólo lo que soy, un hombre,
y no el viento nocturno,
y estando aquí, tan para siempre lejos,
acudo —no sé cómo— ciertas noches de luna,
igual que el viento, buen hermano suyo,
hasta donde se alza la vieja acacia aquella,
es decir, a mi infancia. Y allí sigue,
esbelta, misteriosa y solitaria,
en abandono triste, irremediable,
perdida en el inmenso silencio de los campos
junto al deshabitado caserón.
Me acerco a ella en la noche como si fuera el viento,
la miro desde arriba y me enredo en sus ramas,
la hago sonar,
divago por su copa, y luego me remanso
al lado de los pájaros que duermen.
Puedo ver cómo fluye entre sus hojas
la delicada luz que desde el cielo cae:
agua de luna pura,
agua de estrellas de la madrugada.
Aquí me tienes, vieja amiga, no es
el viento el que ha venido.
Soy yo, Eloy, el de entonces, que ahora vuelve
—ya con el pelo blanco— a darte compañía.
Alrededor de ti giro muy lentamente,
y seguiré contigo, para que no estés sola,
hasta que empiece a despuntar el alba.
UN VASO DE AGUA
QUÉ suceso increíble:
llené un vaso de agua y lo alcé hasta mi boca.
Era ya media tarde. Me había detenido
cerca de una ventana, aquí, en mi casa,
en este día tan claro de febrero.
Llegó el vaso a mis labios
y en ese mismo instante lo atravesó de pronto
un haz muy apretado y muy intenso
de luz del sol poniente.
Cuántos asombros. Todo rompió a arder
con lumbre limpia y mágica:
el agua y el cristal, el cuarto entero,
mis ojos y mis manos y mi vida.
Sin dar ni un solo paso estuve en todas partes.
No sé cómo decir lo que ocurrió,
cómo expresar que sucedieron siglos
de redención y bienaventuranza.
Oro licuado y tembloroso el mundo,
astilla viva yo de un súbito diamante.
LA LLOVIZNA
ESTAR allí otra vez, en la mañana
de principios de junio,
andando de tu mano
por la gran plaza, en la que cae ahora
una leve llovizna.
Se desplazan solemnes por el cielo
las grandes nubes, y de pronto se abre
aquí y allá algún claro de oro vívido
en la vieja ciudad de las alturas.
Vienen y van las gentes
de sus quehaceres hacia sus asuntos
y no nos ven siquiera.
A nuestro lado indiferentes pasan;
qué saben de prodigios.
Bajo el paraguas gira nuestro mundo,
solamente por ti y por mí habitado.
Estar allí de nuevo, en la mañana aquella.
Tus labios rojos en el aire gris,
y, entre risas, tus ojos que en lo oscuro
reflejan un relámpago.
NO HABRÁ OCASIÓN
NO habrá ocasión ninguna de morir.
Punto final no cabe en el comienzo.
Luz muy viva del alba brotando de lo vivo,
la muerte es nacimiento.
Una madre te mece en sus brazos y canta,
mientras sollozan los que te quisieron.
SIN EDAD
EN este cuerpo mío que envejece
habita el hombre sin edad que soy.
Cuánta melancolía. Y cuánta dicha.
No sabría decir si, de las dos,
una descuella, pues ninguna acaso
quiere imponerse: se entrelazan ambas
en un sentir más hondo y sin origen.
Los años han caído uno tras otro
—o de golpe tal vez— sobre mi espalda,
pero no sobre mí, que estoy a salvo
en el ser interior que me sustenta.
Miro la noche cálida y silente,
cuajada de luceros que rebullen
allí arriba, remotos, y transforman
en luz también, en lumbre de sosiego,
cuanto se acoge a sus rediles altos.
Noche, noche secreta, noche oculta.
¿Tan secreta? Sí, hermética, enclaustrada
en su abrirse ante todos, en su darse.
Quien en mí la contempla no soy yo
—que ando perdido en mis meditaciones
y no sé cómo estoy balbuceándola—;
es el de siempre y el de nunca, ese
que fue muchacho y hombre adulto y ahora
atisba ya el declive, sin edad,
alguien que está en el mundo y que lo canta
desde un asombro sucesivo y quieto.
ERA SEPTIEMBRE
SI aquel amor no hubiera sucedido,
cómo seguir viviendo.
Me dijo, no te vayas,
quédate aquí conmigo, quédate.
Qué desconsuelo había en su decir,
qué palabras las suyas
tan misteriosas y conmovedoras.
Insistió muchas veces.
Nada que a uno le llegue hasta el oído
podrá calarle más en lo profundo.
La vida empuja, arrastra, no da tregua,
y nos lleva y nos trae, nos da y nos quita.
Todo, no obstante, suma.
Cuanto ha existido configura el mundo.
Era septiembre entonces,
cuando la gente vuelve a las ciudades
al final del verano.
Yo tenía que irme y no me iba.
Una muchacha me retuvo allí,
junto al mar perezoso.
En el recuadro de la tarde última
no hay sino esta presencia que me implora,
sus ojos negros y su abatimiento
en el momento de la despedida.
Éramos sólo dos adolescentes.
Cuánta verdad y cuánta intensidad.
Me sujeta la mano y me repite
con voz convulsa y con los labios trémulos,
no te vayas así, quédate, espera.
Luego, al caer la noche, nos tuvimos
por fin que separar. Después ya nunca
hemos vuelto a encontrarnos.
Cómo seguir viviendo hasta este día
si no hubiera ocurrido aquel amor.
APUNTE DE BOGOTÁ
¿QUÉ haces, Eloy, en esta calle de otro mundo,
llena de sol suave, bajo un cielo
por el que se desplazan muy veloces
grandes nubes blanquísimas?
Es una calle pura, mañanera,
destartalada y rota,
con gente variopinta y comercios humildes,
con puestos ambulantes de comida y de fruta.
Aunque tu sitio es otro, y tan lejano,
cómo la sientes tuya en este día,
cuánto te pertenece para siempre.
Te gana la emoción
de haber llegado a ella por azar,
de ir andando despacio por su trazado incierto
y ser de pronto y porque sí dichoso.
Hay una luz dorada y fresca que arde
y no sabe dañar,
avanza por los muros desconchados,
se filtra entre los árboles,
y corre alegre y suelta por el suelo.
LA LLAMA
SI yo te hubiera dicho;
si tú hubieses oído…
Pero no pudo ser, no puede ser.
Y tampoco es preciso
evidenciar la llama, verla arder.
Alienta pura y su existir nos basta.
Sólo en lo más secreto de tu pecho y el mío
—a salvo en lo más hondo, sin palabras—,
la sabemos los dos,
dentro del alma:
esa oquedad tan llena de nosotros
donde vibra la vida, donde el silencio canta.
REENCUENTRO
HOY que vuelvo a la vida
y piso con pie firme este camino
que me conduce adónde,
entre toda la gente que va y viene,
por gracia del momento veo llegar a mi madre,
qué mañana tan clara, hijo mío, por fin
te he encontrado y te tengo,
por qué nos separamos
tan de repente, en qué lugar confuso
te solté de mi mano y te marchaste,
andabas muy deprisa y te dije o me dije,
por qué creciste, niño,
pero tú no me oías, porque ya estabas lejos,
y pasaron los años y al cabo, un día cualquiera,
ocurrió mucha sombra,
qué cosas tan extrañas nos suceden de pronto,
tal vez soñamos, hijo,
ahora te escucho, madre, mira, mira,
todo está a nuestro alcance, todo se alza
como ayer y mañana, igual que nunca y siempre,
qué raro es existir,
quizá habitamos en un soñar perdurable,
aunque más bien parece esta mañana
que los dos respiramos un nacimiento nuevo,
déjame que te abrace, madre, deja
que camine contigo por tu vivir y el mío,
y dime, si lo sabes, por favor, dímelo,
cómo traes en los ojos, viniendo de la noche,
toda la luz del mundo.
LA RAMA VERDE
AY, árbol del vivir,
árbol de la ilusión y de los desengaños,
de las revelaciones.
Cuando te agita el viento de la edad,
las hojas secas caen.
Pero en la rama aún verde de la infancia
—la que está más arriba, la que en la luz se mueve—
canta el jilguero.
DEJO LA PUERTA ABIERTA
PARA vosotros, que vendréis al mundo
cuando yo me haya ido,
escribo este poema.
No sé; tal vez un día,
gracias a los azares que entreteje
la vida a cada instante,
os traerán vuestros pasos hasta él.
Dejo su puerta abierta por si acaso
y empiezo a imaginar como certeza
lo que es tan sólo un sueño.
En mi poema puede verse el cuarto
en el que escribo hoy. Entrad, entrad
con toda confianza,
a pesar de mi ausencia.
Y aproximaos al balcón. Transcurre
una tarde hermosísima
de finales de agosto.
Después de tantos días implacables
de luz arrasadora,
el tiempo ha dado un giro inesperado.
Son una bendición para los ojos
estas horas distintas. Se diría
que anda de retirada ya el verano.
Da pena despedirlo
(todo lo que se va nos duele al irse),
pero el cambiar también es alegría.
Por momentos están amontonándose
nubes negras y grises en el cielo
y el viento las trajina y las sojuzga
sin miramiento alguno.
La tarde se oscurece más y más.
Y al fin rompe a llover. Qué maravilla.
Llueve con fuerza, a ráfagas violentas,
y las fulguraciones enlazadas
de incesantes relámpagos
abren paso a los truenos,
que tropiezan y ruedan allá arriba
con estruendo imponente.
Mirad y oled la lluvia,
disfrutad de esta tarde en la que no
podremos estar juntos.
Sabed que la escribí con regocijo.
Y que pensé en vosotros.
Web design by Carlos Turpin
Con la colaboración de Eloy Sánchez Rosillo
Los retratos de la edad adulta del autor son, en buena parte, de ©Juan Ballester.
© 2022 Eloy Sánchez Rosillo